La había visto tantas veces en películas, cuadros y libros que era inevitable no crear en el imaginario un retrato propio de la famosa ciudad de los rascacielos, la que nunca duerme, y a la que también llaman la gran manzana.

Apenas hace unas semanas ese boceto imaginado se hizo real y, como se dice muchas veces, la realidad superó la ficción. Porque sí, Nueva York era tal y como me habían contado que sería, pero como sucede con la mayoría de cosas que despiertan interés en ti, necesitas verlo con tus propios ojos, vivirlo en primera persona y destapar poco a poco la caja que lo contiene para descubrir todo aquello que tiene guardado para ti.

De esa caja me quedo con muchas cosas, pero sobre todo con la magia de mirar al cielo y que te falten ojos para llegar a ver el final de los edificios infinitos que te acogen entre sus largas avenidas; con las luces que mantienen despierta la ciudad cuando llega la noche; con los contrastes entre el ajetreo de Manhattan, las pandillas del sur del Bronx, el lujo de Malba en Queens y los judíos que viven en Williamsburg, el barrio ultraortodoxo de Brooklyn. Me quedo también con el encontrar tu propio espacio entre el frenético ritmo; con la espontaneidad de las ardillas de Central Park; con la emoción y alegría que desprende una misa gospel; con la festividad de los musicales de Broadway y con las historias diversas y dispares que se esconden detrás de cada persona y rincón. Y por si fuera poco, también se han sumado un sinfín de experiencias vividas, de buenos momentos compartidos y de risas que perdurarán para la posteridad.

Destapar la caja de la ciudad que nunca duerme ha sido mágico, y también un sueño hecho realidad. See you soon, New York! 🙂