De todos los oficios conocidos, aquel era el menos común, y también el más exclusivo. Modestamente se definía como artista, aunque por todos era sabido que aquella palabra era demasiada pequeña para tal cargo.
El ficcionador
Busco árbol
Los últimos rayos de sol de aquella fría tarde de otoño caían sobre ella. Era una más entre las muchas hojas que cubrían el asfalto, sin embargo, la única acompañada de este escrito que por título llevaba «Busco árbol». Decía lo siguiente:
Construir una playa en diez pasos
Inspira. Coge aire. Se sumerge y empieza a contar. Uno, dos, tres, con el número cuatro nota cómo le pasa una ola por encima. Burbujas, más olas y por fin llega al cinco. Apenas le queda aire para seguir contando, exhala el seis mientras sale a la superficie, abre los ojos y respira. Estos dos últimos pasos los hace al mismo tiempo.
Abrigos de palabras
Tenía frío, él, y sus palabras también. Por más que intentaba hablar, lo único que salía de su boca eran pequeños círculos de humo que condensaban su aliento. Viendo que cualquier esfuerzo era en vano, siguió caminando en silencio, desganado, con el único ruido como compañía de las botas al pisar aquella nieve espesa.
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El libro de los mil pensamientos
Cada día le veía hacer los mismos movimientos. Se sentaba en la arena, contemplaba fijamente el mar, y absorto en su mundo, tomaba notas en su pequeña libreta de tapa aterciopelada. Poco parecía importarle los pescadores que le observaban a escasos metros, los pájaros que emprendían un nuevo viaje alzando el vuelo, o bien la chica que paseaba a sus perros por la orilla antes de ir a trabajar. Esta última era yo.
Las piezas de la vida
– ¿A dónde vamos?
– A la fábrica de la vida.
Formulando estas últimas seis palabras levantó la cabeza de nuevo e ignoró cualquier otra pregunta que le plantée para saciar mi curiosidad. ¿La vida se podía fabricar en vez de crear? ¿Dónde se encontraba aquel lugar? ¿Hablaba en serio o me estaba tomando el pelo? Con tanta duda rondando mi cabeza en corriente continua era difícil concentrarse para intentar responder al menos una, y cuando la luz ya estaba a punto de fundirse por exceso de actividad mental, un leve silbido me indicó que había llegado el momento de volver a la realidad y parar de andar.