Antes de ir a Tailandia, nos habíamos informado de lo que debíamos tener en cuenta si queríamos coger un taxi. Encabezaba el «Top 10» comprobar que tuvieran taxímetro y asegurarse de que lo pusieran al iniciar el trayecto. También nos habían hablado de la aplicación Grab – la versión tailandesa de lo que aquí conocemos como Uber o Cabify- y, de hecho, se convirtió en nuestra principal aliada para desplazarnos por las diferentes ciudades a las que fuimos. Pero, si te dijeran que te puedes encontrar a un taxista que no sabe llegar a un aeropuerto, ¿te lo creerías? Nosotros habríamos dicho que no, de no ser porque un día cualquiera de julio, camino hacia el aeropuerto Suvarnabhumi de Bangkok, pudimos comprobar en primera persona que sí era posible.
Era de madrugada, las calles de Bangkok estaban prácticamente desiertas y sí, nos habríamos quedado unas horas más durmiendo, pero un avión nos esperaba para ir a nuestro próximo destino: Chiang Rai. Según Grab, el taxi se encontraba a pocos minutos del hotel, por lo que no había de qué preocuparse. Llegó puntual, metimos nuestras mochilas en el maletero y el taxista puso rumbo hacia el punto acordado: el aeropuerto. Hasta aquí todo bien. La cosa empezó a complicarse al darnos cuenta de que el taxista estaba medio enfermo y no paraba de toser. Sus virus corrían a sus anchas a la velocidad de la luz y, ante tal escenario, creímos que lo mejor era bajar las ventanillas del coche. Pero la situación empeoró cuando vimos que, en lugar de seguir las indicaciones hacia “Departures”, se desvió del camino y se adentró en un laberinto de carreteras oscuras.

Taxis circulando por el barrio chino de Bangkok
Cuando le íbamos a indicar que creíamos que se había equivocado, de pronto, unas vallas y un control de seguridad aparecieron ante nosotros. Después de revisar los bajos y el maletero del coche, nos dejaron entrar y, como nos temíamos, no había ni rastro del aeropuerto. Nos encontrábamos en un hotel lo suficientemente lejos del aeropuerto como para llegar andando, por lo que iniciamos la fase de hacer entender al conductor que no era allí donde queríamos ir. Ni vocalizar las palabras clave en inglés ni la mímica ayudaron a que se diera cuenta de que no habíamos llegado a nuestro destino. Pasamos al plan B: pedir al botones del hotel que se lo dijera en tailandés. Para sorpresa de todos –el botones no daba crédito– tampoco funcionó. Momento de activar el plan C: bajarnos del taxi y coger otro transporte antes de que se hiciera más tarde y perdiéramos el vuelo. Por suerte, este plan sí funcionó por gentileza del botones, a quien le estaremos eternamente agradecidos. Viendo nuestro apuro, nos dejó ir en un autobús lanzadera del hotel sin cobrarnos nada a cambio.
Después de esta aventura inesperada, llegamos al aeropuerto sanos, a salvo y, lo más importante, a tiempo para coger el avión. ¡Próxima parada, por fin, Chiang Rai! Y sí, ahora ya sabemos qué tenemos que apuntar en la lista de “Cosas que te pueden pasar en un taxi”. 🙂